viernes, 7 de diciembre de 2012


 


UNIDOS HASTA
 
QUE LA MUERTE NOS SEPARE
 
POR ROSAURA  


   ¡Hey!, ya deja de empeñarte en rescatar esa relación que hace rato pasó a mejor vida.  Estás perdiendo el tiempo de manera lastimosa. En un abrir y cerrar de ojos te darás cuenta que los años pasaron y con ellos la oportunidad de rehacer tu vida. Pretextos y razones: tus hijos. ¡Vamos!, si ellos no son tontos, se percatan de todo mientras tú sigues ensimismada  buscándole ombligo a las hormigas. En tu casa se siente la indiferencia afectiva, el desamor, esa frialdad que congela hasta el horno de la estufa; y todo esto en el mejor de los casos. Y en el peor de ellos, les toca de pasada a tus  hijos una buena dosis de la violencia que se genera en cuanto ustedes están cerca uno del otro. Para él,  tú eres la culpable de que beba como cosaco, de que no haya hecho nada en la vida. Sí, ya sé que cuando lo conociste  bebía desde hacía rato; que no duraba en los trabajos pretextando que lo despedían porque todos envidiaban su pericia.  En ese entonces se preocupaba por disculparse cuando llegaba  hasta atrás  o cuando de plano no llegaba;  y tú, Magdalena clonada, llorabas amargamente hasta que él  aparecía con sus eternos pasos  vacilantes, la camisa desfajada y los pelos de su cabellera revueltos y parados. Siempre ha sido un enigma para mí, qué diablos tendría que ver el licor con los pelos parados y en desorden de la mayoría de los borrachos. ¿Sería tal vez que el alcohol ha sido el precursor del Viagra y nadie se percató de eso?  Ve tú a saber, eso lo dejamos en manos de los estudiosos y volvemos con el tipo que siempre regresaba con una florecita en la mano, seguro de tu perdón.

     Y llegó un hijo, luego otro y otro. Date de santos que ninguno te salió con taras; bueno, al menos no tan notables: el mayor es medio disléxico, al segundo lo reportaron en la escuela con déficit de atención y el más pequeño de los tres (como en el cuento de los tres cochinitos) ese pensaba en trabajar para ayudar a su pobre mamá. Pero aquí entre nos, te lo digo con tristeza, he observado que escribe poesía y a ratos  le da por la bohemia.

     Las cosas, ahora, han cambiado. Ya no es el trago, ni los amigotes, ni las trasnochadas; ahora presenta varios síntomas inconfundibles: por lo pronto, ya no trae florecitas como disculpa; ya casi no te toca. Le molesta que te le acerques; y si te besa, te aseguro que encontrarás más pasión en las caricias de alguno de tus tíos. Lo que antes se comía con gusto, ahora le parece desabrido y te mira con detenimiento haciéndote observaciones:   Por ejemplo, por qué la celulitis o el abdomen flácido, por qué la casa en desorden  (te aclaro que la casa está igual que antes, nada se ha modificado, excepto la óptica con la que él ahora percibe el entorno). Sería fácil preguntarle: ¿Comparada con quién? Pero ni se te ocurre, al contrario, eres tan ingenua que crees lo que te dice y te observas en el espejo sintiendo lástima por ti misma, percatándote de la celulitis que antes ni notabas, preocupada por el abdomen laxo que albergara a cada uno de tus hijos. No argumentas nada.  ¿Con qué armas vas a defenderte, si ya presentas los síntomas de una autoestima vapuleada y minimizada? Por lo pronto ya vas por la segunda rinoplastia, o sea arreglada de nariz.  Es  tan fácil intuir lo que ocurre: simplemente que la infidelidad en la que él ahora cabalga, lo hace sentirse  culpable, por tanto busca defectos, fallas, motivos, razones, etcétera, etcétera, para justificarse y poder soportar estoicamente la culpa, que no es más que una rueda de molino machacando su conciencia.

     “Unidos hasta que la muerte los separe”, les dijeron cuando ambos estaban de rodillas frente al cura que los unía en matrimonio,  pero… al cura se le olvidó aclararles que tal sentencia, no se quedaba en la superficie, sino que se refería, no sólo a la muerte física, sino también a la espiritual y emocional. Ahora sí, dime:   ¿Vale la pena empeñarse en rescatar lo irrescatable? Por eso te digo, a las primeras observaciones, críticas o señalamientos cáusticos de lo que siempre ha estado ahí, te aconsejo pares las antenas y le abras la puerta de la jaula al gorrioncillo,  para que vuele al nido que le dé su gana. Total, que a fuerza nada. Si se acabó el encanto, si tus cualidades y tu nariz respingona pasan ahora desapercibidas, y por el contrario tus defectos se acrecentaron: Ahórrate penurias. Y te prevengo: Es muy difícil que él tome la iniciativa y se decida a partir canturreante; además de la culpa, que ya por si sola le da al traste al mejor proyecto de vida, está la amenaza de que las cosas no salgan como él espera y que, llegado el momento, tenga que echar marcha atrás y regresar con el rabo entrepiernado y la florecita de antaño a comunicarte que: “Estoy dispuesto a darte otra oportunidad”.  ¿Y sabes una cosa? ¡¡¡SE LA VAS A DAR!!!  ¿O tú conoces alguna que en circunstancias parecidas se niegue? Yo no. Nada más te advierto: La pasión voluptuosa del borracho pelos parados, precursor del Viagra, ha muerto. Si Lázaro resucitó al tercer día,  en ustedes, la sentencia de: “Unidos hasta que la muerte los separe”, será de una realidad aplastante. A partir de que él cruce el umbral, envejecerás con una sola obsesión: Esperando por su acta de defunción, con la misma ansiedad del condenado a muerte  que está en espera del indulto.

 

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