UNIDOS HASTA
QUE LA MUERTE NOS SEPARE
POR ROSAURA
¡Hey!, ya deja de
empeñarte en rescatar esa relación que hace rato pasó a mejor vida. Estás perdiendo el tiempo de manera
lastimosa. En un abrir y cerrar de ojos te darás cuenta que los años pasaron y
con ellos la oportunidad de rehacer tu vida. Pretextos y razones: tus hijos. ¡Vamos!,
si ellos no son tontos, se percatan de todo mientras tú sigues ensimismada buscándole ombligo a las hormigas. En tu casa
se siente la indiferencia afectiva, el desamor, esa frialdad que congela hasta
el horno de la estufa; y todo esto en el mejor de los casos. Y en el peor de
ellos, les toca de pasada a tus hijos
una buena dosis de la violencia que se genera en cuanto ustedes están cerca uno
del otro. Para él, tú eres la culpable
de que beba como cosaco, de que no haya hecho nada en la vida. Sí, ya sé que
cuando lo conociste bebía desde hacía
rato; que no duraba en los trabajos pretextando que lo despedían porque todos
envidiaban su pericia. En ese entonces
se preocupaba por disculparse cuando llegaba hasta
atrás o cuando de plano no llegaba; y tú, Magdalena
clonada, llorabas amargamente hasta que él aparecía con sus eternos pasos vacilantes, la camisa desfajada y los pelos
de su cabellera revueltos y parados. Siempre ha sido un enigma para mí, qué diablos
tendría que ver el licor con los pelos parados y en desorden de la mayoría de
los borrachos. ¿Sería tal vez que el alcohol ha sido el precursor del Viagra y
nadie se percató de eso? Ve tú a saber,
eso lo dejamos en manos de los estudiosos y volvemos con el tipo que siempre
regresaba con una florecita en la mano, seguro de tu perdón.
Y llegó un hijo,
luego otro y otro. Date de santos que ninguno te salió con taras; bueno, al
menos no tan notables: el mayor es medio disléxico, al segundo lo reportaron en
la escuela con déficit de atención y el más pequeño de los tres (como en el
cuento de los tres cochinitos) ese pensaba en trabajar para ayudar a su pobre
mamá. Pero aquí entre nos, te lo digo con tristeza, he observado que escribe
poesía y a ratos le da por la bohemia.
Las cosas, ahora,
han cambiado. Ya no es el trago, ni los amigotes, ni las trasnochadas; ahora
presenta varios síntomas inconfundibles: por lo pronto, ya no trae florecitas
como disculpa; ya casi no te toca. Le molesta que te le acerques; y si te besa,
te aseguro que encontrarás más pasión en las caricias de alguno de tus tíos. Lo
que antes se comía con gusto, ahora le parece desabrido y te mira con
detenimiento haciéndote observaciones: Por ejemplo, por qué la celulitis o el abdomen
flácido, por qué la casa en desorden (te
aclaro que la casa está igual que antes, nada se ha modificado, excepto la
óptica con la que él ahora percibe el entorno). Sería fácil preguntarle: ¿Comparada con quién? Pero ni se te
ocurre, al contrario, eres tan ingenua que crees lo que te dice y te observas
en el espejo sintiendo lástima por ti misma, percatándote de la celulitis que
antes ni notabas, preocupada por el abdomen laxo que albergara a cada uno de
tus hijos. No argumentas nada. ¿Con qué
armas vas a defenderte, si ya presentas los síntomas de una autoestima vapuleada
y minimizada? Por lo pronto ya vas por la segunda rinoplastia, o sea arreglada
de nariz. Es tan fácil intuir lo que ocurre: simplemente
que la infidelidad en la que él ahora cabalga, lo hace sentirse culpable, por tanto busca defectos, fallas,
motivos, razones, etcétera, etcétera, para justificarse y poder soportar
estoicamente la culpa, que no es más que una rueda de molino machacando su
conciencia.
“Unidos hasta que
la muerte los separe”, les dijeron cuando ambos estaban de rodillas frente al cura
que los unía en matrimonio, pero… al
cura se le olvidó aclararles que tal sentencia, no se quedaba en la superficie,
sino que se refería, no sólo a la muerte física, sino también a la espiritual y
emocional. Ahora sí, dime: ¿Vale la pena empeñarse en rescatar lo
irrescatable? Por eso te digo, a las primeras observaciones, críticas o
señalamientos cáusticos de lo que siempre ha estado ahí, te aconsejo pares las
antenas y le abras la puerta de la jaula al gorrioncillo,
para que vuele al nido que le dé su
gana. Total, que a fuerza nada. Si se acabó el encanto, si tus cualidades y tu
nariz respingona pasan ahora desapercibidas, y por el contrario tus defectos se
acrecentaron: Ahórrate penurias. Y te prevengo: Es muy difícil que él tome la
iniciativa y se decida a partir canturreante; además de la culpa, que ya por si
sola le da al traste al mejor proyecto de vida, está la amenaza de que las
cosas no salgan como él espera y que, llegado el momento, tenga que echar marcha
atrás y regresar con el rabo entrepiernado y la florecita de antaño a comunicarte
que: “Estoy dispuesto a darte otra oportunidad”. ¿Y sabes una cosa? ¡¡¡SE LA VAS A DAR!!! ¿O tú conoces alguna que en circunstancias
parecidas se niegue? Yo no. Nada más te advierto: La pasión voluptuosa del borracho
pelos parados, precursor del Viagra, ha muerto. Si Lázaro resucitó al tercer
día, en ustedes, la sentencia de:
“Unidos hasta que la muerte los separe”, será de una realidad aplastante. A
partir de que él cruce el umbral, envejecerás con una sola obsesión: Esperando
por su acta de defunción, con la misma ansiedad del condenado a muerte que está en espera del indulto.
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