Y ERA NUESTRA HERENCIA
Por CARLOS MONSIVÁIS
Y ERAN las seis y diez de la tarde y de pronto, mientras el equipo de sonido divulgaba otra exhortación, rayó el cielo el fenómeno verde emitido por un helicóptero, el efluvio verde, la señal verde de una luz de bengala "desde la niebla de los escudos", desde el reposo de lo inesperado.
Y se oyeron los primeros tiros y alguien cayó en el tercer piso del Edificio Chihuahua y todos allí arriba se arrojaron al suelo y brotaron hombres con la mano vendada o el guante blanco y la exclamación "Batallón Olimpia" y el gesto era iracundo, frenético, como detenido en los confines del resentimiento, como hipnótico, gesto que se descargaba una y mil veces, necesidad óptica, engendro de la claridad solar desaparecida, descomposición del instante en siglos alternados de horror y de crueldad.
Y el gesto detenido en la sucesión de reiteraciones se perpetuaba: la mano con el revólver, la mano con el revólver, la mano con el revólver.
Y alguien alcanzó a exclamar: "No corran. Es una provocación!". Y como otro gesto inacabable se opuso la V de la Victoria a la mano con el revólver y el crepúsculo agónico dispuso de ambos ademanes y los eternizó y los fragmentó y los unió sin término, plenitud de lo inconcluso, plenitud de la proposición eleática: jamás abandonará la mano la protección de la V.
Y los tanques entraron a la plaza y venían los soldados a bayoneta calada y los soldados disponían al correr de esa pareja precisión que el cine de guerra ha eliminado (por infidelidad de la banda sonora) y que consiste en la certidumbre de la voz de mando, una voz de mando que se transformará en estatua o en gratitud de la patria, pero que antes es coraje y alimento, cansancio y fortaleza, severidad de los huesos, simiente de la obstinación, voz de mando que destruye los temores y las incitaciones, y cesó la imagen frente a la imagen y el universo se desintegró, ¡llorad amigos! Y el estruendo era terrible, como licencia de un sonido que puede ser múltiple y único, inescrutable y límpido. El clamor del peligro y el llanto diferenciado de las mujeres y la voz precaria de los niños y los gemidos y los alaridos se reunieron como el crecimiento preciso de una vegetación donde los murmullos son del tamaño de un árbol y lo plantado por el hombre resiste las inclemencias de un sol paralizado. Y los alaridos se hundieron en la tierra preñándolo todo de oscuridad.
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