domingo, 4 de diciembre de 2022

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO, 

EN GUADALAJARA




MENSAJE DE LA ESCRITORA RUSA LIUDMILA ULÍTSKAYA, PREMIO FORMENTOR DE LAS LETRAS 2022




Estimados colegas, lectores, queridos amigos,

Hoy todos nosotros atravesamos un difícil trance. Una vez más, como tantísimas en el curso de nuestra civilización, la política y la cultura sufren los estragos de una contienda. A decir verdad, la entera historia de la humanidad se compone de una interminable lista de guerras, conquistas, victorias y derrotas. Y cada guerra provoca un retroceso, nos devuelve a estadios primitivos. Huelga decir que la resolución de cualquier conflicto mediante las armas es un fenómeno profundamente arcaico, obsoleto. En nuestra época, dicho fenómeno puede causar la total desaparición del género humano, y, de paso, de decenas, centenares de especies vivas.

Pero ¿qué ha cambiado entre el siglo anterior y el presente? ¿Por qué, ya bien metidos en el siglo XXI, seguimos abocados a la contingencia de la autodestrucción?

Hace 100 años todavía no se habían inventado instrumentos de destrucción masiva tan potencialmente devastadores como los que existen ahora, en nuestro siglo. Hoy día el poderío militar cuenta con armamentos nucleares, químicos, biológicos. Precisamente la acumulación de estas armas originó el fenómeno que conocemos como la «guerra fría». A efectos convencionales, se puede considerar que la guerra fría comenzó el 5 de marzo de 1946 y acabó en diciembre de 1989, cuando, durante la Cumbre de Malta, Mijaíl Gorbachov y George Bush anunciaron su fin. No obstante, lo cierto es que la confrontación nunca ha cesado. Y el mundo sigue dividido, solo que hoy no podemos decir que está partido por la mitad: el número de fragmentos esparcidos es infinitamente superior. Las agudas contradicciones en muchos campos, políticos, culturales, territoriales, étnicos integran un complejo panorama, del cual yo personalmente comprendo tan solo una cosa: el único remedio capaz de curar esta enfermedad mundial de la belicosidad latente, la xenofobia, el recelo mutuo consiste en incrementar el nivel cultural de la gente en Rusia y en Norteamérica, en África y en China, en Europa y en América Latina, en todo el mundo. En la cultura, en la educación, veo la única defensa contundente contra la locura militar que, igual que la peste en los tiempos remotos infecta a pueblos enteros. Y, como ya hemos visto, no hay juicio de Núremberg que sirva de antídoto para esas peligrosas plagas. Solo la educación, solo la cultura que ha ido creando la humanidad es capaz de preservarnos a nosotros y a nuestros hijos del contagio de la peste belicista cuyos brotes presenciamos ahora mismo en Europa, entre Rusia y Ucrania.

La humanidad se ha convertido en una comunidad muy cercana: lo que está teniendo lugar en Pekín enseguida se conoce en Washington, lo que está ocurriendo en la península de Kola se sabe pronto en Madrid, Roma o Berlín. En cierto sentido, la humanidad ha vencido al tiempo y al espacio, cada uno de nosotros, gracias a los avances tecnológicos, puede contactar con alguien esté donde esté, en la Tierra, o incluso, fuera del planeta. Y eso es un logro de la cultura. Queridos amigos, la cultura es nuestro oficio, aquello a lo que nos dedicamos profesionalmente. Y constituye el remedio contra la violencia que envenena la sangre de la especie. Hay que reconocer que somos así —agresivos y despiadados— por naturaleza.

La naturaleza es la fuerza suprema, y, sin embargo, ciega. Como alguien formado en las ciencias biológicas, puedo atestiguar que la naturaleza desborda nuestra inteligencia: incontables enigmas permanecen todavía indescifrados. Pero solo a nuestra estirpe, a todos nosotros, se nos ha concedido la consciencia, un don único que, mientras no se demuestre lo contrario, no posee ningún otro ser vivo. La consciencia engloba no solo la experiencia de la propia vida, desde el nacimiento hasta la muerte, sino la experiencia de las generaciones anteriores, peculiaridad que nos diferencia del resto de los habitantes de este mundo. Esta cualidad estrictamente humana (al menos hasta hoy así lo creen los científicos) ha permitido a nuestra especie discernir muchas de  las vías por las que  iba desarrollándose la poderosa, incluso diría divina, fuerza de la evolución. Nadie sabe a dónde nos llevarán esos caminos. Acaso surja un ser que se diferencie de nosotros tan trascendentalmente como el chimpancé del homo sapiens. ¿Por qué no? Pero también existe el peligro de que la humanidad cercene su propia evolución, se autodestruya, se suicide como especie.

El hombre ya ha destruido centenares de especies vivas, junto con el Libro rojo de las especies amenazadas existe el Libro negro de las extinguidas por nuestra culpa. Actualmente cuenta con 778 entradas, y el número crece cada año.

Se preguntarán a santo de qué, aquí, en un evento literario, me ha dado por traer a colación estas cuestiones, a buen seguro bien distintas de las esperables. Cuando hablamos de cultura, normalmente nos referimos a la literatura, el arte, la ciencia, esas presuntas formas de sabiduría, en definitiva. Pero es que hoy más que nunca, a mi entender, lo que, más explícita o más implícitamente, ha devenido el tema principal de la cultura es la autodestrucción del ser humano, la aniquilación de la vida, el arrasamiento del pese a todo aún precioso mundo que en nuestro siglo estamos perpetrando con mayor saña que en ningún otro. Si nuestra generación y la de nuestros hijos no cambian su actitud hacia el hogar de todos, consumista, bárbara, rapaz, junto con nosotros morirá también la cultura. Quién sabe, quizás quede algún pájaro entonando sus trinos, pero nadie tocará El clave bien temperado de Bach. No habrá nadie para leer los poemas de Dante o de Pushkin.

Disculpen. Tengo el día lenguaraz, déjenme aprovecharlo exhortándoles a recordar que la cultura es un bien tan valioso como delicado y frágil, y que destruirla es realmente fácil. Que sin la cultura el hombre pierde su condición humana, pierde su alma. Y que en nuestro mundo proliferan de día en día los seres desalmados…

 

Liudmila Ulítskaya
Noviembre de 2022

 


La escritora rusa Liudmila Ulítskaya, exiliada en Berlín.


QUIÉN ES LIUDMIlA ULÍTSKAYA,
GANADORA DEL PREMIO FORMENTOR 
DE LAS LETRAS 2022





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